lunes, 11 de agosto de 2014

LOS HOMBRES EN LA VENTANA

Dos hombres, que estaban muy enfermos, ocupaban la misma habitación de un hospital. A uno de ellos le estaba permitido sentarse en la cama cada tarde, durante una hora, para ayudarlo a drenar el líquido de sus pulmones. Su cama estaba junto a la única ventana de la habitación. El otro hombre tenía que estar siempre echado boca arriba.

Ellos charlaban horas y horas. Hablaban de sus mujeres y de sus familias, de su hogar y de el trabajo, de la mili y de donde habían ido de vacaciones. Y cada tarde, cuando el hombre que tenía la cama junto a la ventana se podía sentar, pasaba las horas describiendo a su vecino todas las cosas que podía ver desde ella.

El hombre de la otra cama empezó a desear que llegaran estos ratos, en las cuales su mundo se ensanchaba y se llenaba de vida con todas las actividades y colores del mundo exterior. La ventana daba a un parque con un lago precioso. Patos y cisnes jugaban en el agua, mientras los niños hacían volar sus cometas. Los jóvenes enamorados paseaban cogidos de la mano, entre flores de todos los colores del arco iris. Árboles inmensos embellecían el paisaje y se podía ver en la lejanía una bellísima vista de la línea de la ciudad. El hombre de la ventana describía todo esto con una precisión exquisita, el del otro lado de la habitación cerraba los ojos e imaginaba la escena.

Una tarde calurosa, el hombre de la ventana describió el paso de un pasacalle. Aun cuando el otro hombre no podía sentir la música de la banda, podía verlo, con los ojos de la mente, exactamente como lo describía el hombre de la ventana con sus mágicas palabras.



Así pasaron muchos y muchos días. Una mañana, la enfermera de día entró en la habitación con el agua para bañarlos y encontró el cuerpo sin vida del hombre de la ventana. Había muerto plácidamente mientras dormía.

Cuando la cama estuvo vacía, el otro hombre pidió que lo trasladaran a la cama del lado de la ventana. La enfermera aceptó encantada, lo trasladó y, después de asegurarse que estaba cómodo, salió de la habitación. Lentamente y con dificultad, el hombre levantó el cuerpo sobre su codo, por hacer su primer vistazo al mundo exterior, finalmente tendría el gozo de verlo él mismo. Tuvo que esforzarse para girarse despacio y mirar por la ventana.... donde encontró una inmensa pared blanca.

El hombre preguntó a la enfermera qué podía haber motivado su compañero difunto para describir cosas tan maravillosas a través de la ventana. La enfermera le dijo que aquel hombre era ciego y que no habría podido ver ni la pared, y le comentó: "Quizás sólo quería distraerle a usted".

Es una inmensa felicidad hacer felices a los demás, sea cual sea la propia situación. El dolor compartido es la mitad de la pena, pero la felicidad, cuando se comparte, es doble.

Si quieres sentirte rico y afortunado, sólo debes contar todo aquello que tienes y que el dinero no puede comprar.

El hoy es un regalo, por esto le llaman presente.

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